En muchos lugares, los Partidos cambian a los países, por medio de sus propuestas o de las políticas que diseñan e implementan.
Pero en esta ocasión no queremos hablar de aquellos Partidos, sino de otros. De esos que se juegan durante noventa minutos (o más en caso de alargue) y que por sus rasgos épicos, devienen en mitos, que se transmiten de generación en generación y que encumbran a lo alto de los altares cívico-deportivos en calidad de héroes, a futbolistas que se transforman en leyenda.
Y es que el partido que en el marco de los octavos de final de la Copa del Mundo, enfrentó a las selecciones de Brasil, la dueña de casa, y Chile, tiene todos aquellos rasgos, para este último país.
Porque si hablamos de mitos, de héroes y de altares (y su consecuente carga sagrada), necesariamente debemos referirnos a Joseph Campbell y sus estudios sobre estas materias (que influyeron en el mismísimo George Lucas y su film Star Wars) que señalan que los mitos del héroe de cualquier cultura, son significativos, pues le indican a quienes pertenecen a ella, qué atributos son percibidos como lo bueno, lo bello, lo verdadero y, por consiguiente, les enseñan valores deseables culturalmente.
Esto último es especialmente significativo en el caso del encuentro de marras: el sacrificio, la entrega, el tesón, el esfuerzo, una determinada manera de ser-en-el-mundo o una forma específica de hacer frente a los adversarios y a la adversidad son algunos de los valores que el grupo «heróico» de jugadores chilenos le demostraron al país, a todos sus compatriotas y al mundo entero que por diferentes vías, manifestó aquella misma sensación. Nada extraño por lo demás considerando que como dice el propio Carl Jung, los arquetipos, como es el del héroe, son universales.
Por eso este encuentro deportivo a nuestro juicio cambiará a Chile. Porque es cierto, fue una derrota. Pero a diferencia de lo que dice el dicho, se habrá jugado como nunca, pero no se perdió como siempre. Aquellos 120 minutos están llenos de cargas simbólicas (para no entrar a tallar en aspectos técnicos que escapan de la competencia del autor) que transmiten a los chilenos y chilenas, especialmente a los niños y jóvenes, una serie de rasgos encomiables, no sólo dignos de imitar, sino que son socialmente valorados. Aquí hay un primer elemento que a nuestro juicio refuerza cierta idiosincracia chilena, pero hay otros que francamente, generarán un cambio.
Porque lejos de aquella sensación de jugar «de chico a grande» o de las «actitudes defensivas», propias de la historia del país, el plantel chileno «fue» contraparte efectiva y simétrica de cada uno de sus rivales, incluyendo al campeón del mundo, al vicecampeón y al pentacampeón.
Porque lejos de encomendarse a la divinidad para sus alcanzar resultados (a diferencia de alguno de sus rivales), el equipo se aferraba más a un aspecto tan humano y laico, como la fraternidad y al valor del trabajo. Vaya qué paso hacia una modernidad civilizatoria.
Así entonces, la gran historia, la de los grandes escenarios políticos y sociales, no puede implicar dejar de lado esa «micro» historia, aquella de la vida cotidiana y de «pequeños» acontecimientos que terminan re-configurando de una manera sigilosa pero sostenida, el devenir de un pueblo.
Pasó con la famosa fotografía de Spencer Tunick que una gélida mañana de junio del 2006 -precisamente mientras se jugaba la final de un Mundial- desnudó a miles de compatriotas que desafiaron el conservadurismo y la pacata moral tradicionalista chilena, que a la larga nunca volvió a recuperar terreno.Y pasó también este sábado, cuando Chile tuvo rezando de rodillas, al favorito, Multi-Campeón internacional del Fútbol Asociado.
Sin lugar a dudas estos 120 minutos quedarán en nuestras retinas y es de esperar que sean el punto de inflexión en la actividad deportiva de alta competencia, pero debemos de ahora en más saber que con disciplina, perseverancia y esfuerzo se pueden conseguir los los objetivos propuestos, esto no nos va a librar de volver a tropezar y por lo tanto debemos perseverar, tal como en cualquier actividad de la vida