A propósito del intenso temporal que afecta al centro norte de Chile, que se suma a varios otros fatídicos eventos naturales ocurridos en el país el 2015, viene al caso diferenciar los conceptos de catástrofe de desastre, que tanta confusión provoca entre legos en la materia.
Según aclara Karlos Pérez de Armiño en el Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación para el Desarrollo, mientras la catástrofe es un evento natural (sequía, inundación, huracán) o humano (conflicto armado, accidente nuclear) que actúa como detonante de una crisis, el desastre consiste en el impacto de esa crisis, en sus perniciosas consecuencias humanas, sociales y económicas, tales como: el hundimiento de los sistemas de sustento, las hambrunas, las epidemias, el incremento de la mortalidad, las migraciones forzosas (con el consiguiente abandono de las casas y las actividades económicas, y con la fragmentación de comunidades y familias), la desestructuración de la sociedad, la alteración de sus normas éticas y sociales, entre otras.
El desastre por tanto, continúa Pérez de Armiño, se produce como consecuencia de un proceso de crisis que es desencadenado por una catástrofe, al actuar sobre una determinada situación de vulnerabilidad preexistente, cuando la comunidad o sectores afectados no disponen de las capacidades necesarias para ejecutar las estrategias de afrontamiento con las que resistir a tal proceso.
De esta forma, la interrelación entre tales factores se podría expresar con la siguiente fórmula:
Desastre = vulnerabilidad + catástrofe – estrategias de afrontamiento
En consecuencia, Chile durante este 2015 ha sufrido gran cantidad de catástrofes de carácter natural: aludes, inundaciones, erupciones volcánicas, entre otras, pero gracias a los recursos disponibles y a los planes para afrontarlas, estas no se han convertido en desastres, es decir, no se ha visto comprometida la estabilidad social ni política del país a causa de estos eventos. La fortaleza institucional y material han salvado al austral país.