La Alquimia del Buen Gobierno y sus Cuatro Elementos

Por Tito Flores Cáceres

El “buen gobierno” por tanto, es en sí mismo el quinto elemento que sintetiza y contiene la potencia y el equilibrio de los otros cuatro. A continuación, explicaremos brevemente cada uno de ellos

En primer lugar, cuando hablamos de conducción, hablamos de liderazgo. El jefe o jefa de gobierno debe ser capaz de ofrecer a los ciudadanos y ciudadanas, una visión futura de país y a la vez, implementar las medidas necesarias, para que tal sentido de futuro sea compartido por ellos. No puede bastarle al gobernante operar con criterios de racionalidad instrumental. Debe apelar a la emocionalidad de sus gobernados. Debe hacerse cargo de construir y afianzar un sentido de nosotros que se ancla a la posibilidad de un futuro mejor para todos y todas.

Como jefe gobierno, su responsabilidad pasa también por hacer sentir el peso de su timón en los diversos organismos que constituyen el poder Ejecutivo. Sin caer en personalismos o autocracias, el presidente o presidenta, ha de ser capaz de constituirse en una figura respetada y legitimada, tanto política como técnicamente. Debe ser capaz de encarnar lo que los antiguos romanos distinguían como auctoritas, el poder proveniente del conocimiento y la experiencia, y potestas, el proveniente del mero ejercicio del cargo. Y en esto su capacidad de construir equipos sólidos en el gabinete de ministros es esencial.

Los vacíos de conducción se pagan caro. Los jefes de gobierno ineptos no sólo pierden credibilidad sino que además su capacidad y jerarquía son fuertemente cuestionados. Los ciudadanos asumen en mayor o menor grado que el país queda a la deriva y que sólo gracias a la inercia gubernativa éste sale adelante. En estos casos, los países con mayor solidez institucional llevan la ventaja. Los frágiles en este ámbito se verán mucho más afectados por gobiernos incapaces de generar conducciones adecuadas, pues al no contar con resortes impersonales de salvaguarda, quedan a merced de grupos de interés que ocupan rápidamente los vacíos dejados por el Presidente/a aprovechando para sí estos déficit de timón.

El segundo elemento es la coordinación. Un buen gobierno, teniendo en mente la idea de futuro que ofrece su líder, debe ser capaz de hacer actuar a sus diversos componentes, de manera acompasada, rítmica y en el momento adecuado. No puede haber pisotones ni solapamientos ni redundancias. En el otro extremo, tampoco pueden permitirse inacciones negligentes bajo el pretexto de “yo pensé que el otro lo iba a hacer”.

En este ámbito el trabajo en equipo es clave. Los diferentes ministerios, los diferentes ámbitos sectoriales deben dialogar permanentemente. Ha de haber un tránsito de información horizontal, a la vez que ascendente/descendente. La horizontal permitirá la coordinación entre pares de manera fluida y constante. La ascendente/descendente, afianzará la capacidad de conducción del Ejecutivo, a la vez que le permitirá al equipo político la toma de decisiones en cuanto al timing legislativo, prioridades de agenda o vinculación con la ciudadanía. En este ámbito, el gabinete del Presidente; el Ministerio del Interior y el Ministerio de la Presidencia (o su equivalente) juegan un papel preponderante.

La anticipación es el tercer elemento. Un buen gobierno debe ser capaz de escuchar y observar lo que está pasando a su alrededor. Prever escenarios y, como en el ajedrez, no subestimar a ningún potencial contrincante. Todo incendio forestal comenzó con una pequeña fogata no apagada a tiempo. La anticipación hace alusión precisamente a esta última variable: el tiempo. El gobierno debe tener un ojo puesto en el aquí y ahora y otro en el futuro. La gobernabilidad en buena medida tiene que ver con la capacidad de adelantarse a la explosión de conflictos. Ellos deben ser detectados y desactivados cuando están larvándose. Si estos saltan a la agenda mediática y de allí a la opinión pública en forma de escándalo, es que se ha llegado demasiado tarde.

El desafío para un buen gobierno es entonces establecer los dispositivos adecuados que permitan monitorear todas las situaciones potenciales de tensión. Y aquí hay dos caminos posibles: el territorial, por medio de los representantes políticos del poder central en regiones, provincias o espacios locales y la sectorial, por la vía de los especialistas o autoridades técnicas en diferentes asuntos públicos que tienen presencia permanente en las localidades. Pero no basta su presencia. Los flujos de información deben ser expeditos hacia y desde el nivel central y su tratamiento debe llevarse a cabo con mirada estratégica. Insistimos que para lograr una efectiva anticipación lo peor que puede hacerse es subestimar situaciones. Aquello es aún más grave que no haberlas detectado.

Con relación al cuarto elemento, recordemos que un viejo aforismo señala que gobernar es comunicar. Un buen gobierno debe hacer de la comunicación un aliado permanente. Más aún, debe concebir cada uno de sus actos como una acción comunicativa hacia sus públicos. En plural, porque no sólo tiene uno. El mensaje, su contenido y su medio de transmisión deben tener en cuenta a quién va dirigido. Un buen gobierno debe definir esto explícitamente. No es lo mismo explicar una decisión o una política pública al ciudadano/a “promedio” que a un especialista o a un líder intelectual o político. Tampoco es lo mismo querer hacerlo para conectar con los jóvenes que querer llegar a adultos mayores. ¿Obvio? Tal vez, pero no tanto. Muchos gobiernos parecen olvidarlo en su quehacer cotidiano.

El buen gobierno requiere de una disposición decidida, audaz y deliberada en orden a mantener contacto permanente con la ciudadanía. Y aquello no sólo es un tema de transparencia, también lo es de práctica democrática básica. Y más aún en los tiempos actuales, en los que la instantaneidad que permiten las redes sociales, y su omnipresencia, hacen del accountability un ejercicio permanente. Si no se comunica a tiempo y de manera efectiva, aquel silencio seguramente será utilizado en su contra.

***

Como conclusión, tal y como dijéramos al comienzo de este artículo, el “buen gobierno” es el resultante de la combinación adecuada y equilibrada de las cuatro acciones que hemos reseñado: conducir, coordinar, anticipar y comunicar.

Finalmente, el “buen gobierno” es la quintaesencia que, como la buscada por los antiguos alquimistas, tiene en sí la presencia de los elementos que la componen: sabe conducir adecuadamente; es capaz de llevar a cabo las coordinaciones internas pertinentes; es efectivo a la hora de anticipar situaciones conflictivas difíciles de asumir; y, es tremendamente potente a la hora de saber comunicar a sus diferentes audiencias los asuntos públicos: su agenda, sus prioridades y sus decisiones.

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